“Han mamuak jain zaitu”
José Miguel Barandiaran, Bosquejo de Sara.

Todos alguna vez en nuestras vidas deberíamos darnos un paseo por nuestras ruinas. Antes de que lo haga el fantasma.

La fotografía no es más que un trozo de realidad enmarcada. Hay que reconocer sus límites. Pero también escapar de ellos.

Con un marco y otro marco, podemos reciclar el tiempo, jugar a encerrar en el presente nuestro pasado.

Todo para hacer habitable el abandono y tener colgado en nuestros muros ese tic-tac mudo que es el silencio de las almas.

No es tan difícil. Se precisa una mirada sepia, algún color menos vivo y un poco de pluscuamperfecto.

El futuro brilla demasiado y eso a veces ciega. Hay todo un nuevo mundo de fotografías que ya no nos miran,
rostros que brillan tapados por el polvo, paisajes que incorporan grietas en sus horizontes,
espejos que yacen cansados de tanto reflejar.

En la infancia, nuestras madres nos amenazaban con encerrarnos en una casa oscura.
Hoy no hace falta terminar la sopa para darse cuenta de que el único habitante de esa casa no es otro que el tiempo.

Una casa sin felpudo. Ni bienvenida. La casa del fantasma.

 

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